De anisado y amargo sabor

            Dániel cogió una vez más la botella que descansaba de pie, en el suelo; sobré el parqué, a su lado y se incorporó levemente para pegarle un sorbo. Notó como el regusto anisado quedaba en su boca al tragar aquella medicina sin receta, aquel veneno amargo; para acto seguido sentir como bajaba por su garganta hasta su estomago, incendiándolo por dentro como lava de volcán. Expiró fuertemente y deposito la botella nuevamente en el suelo, a su diestra. Recuperó su posición en el suelo, apoyando la cabeza sobre la almohada que había colocado en el parqué.

            Su americana negra y su corbata a juego dormían sobre la cama inmaculadamente echa, mientras él, daba vueltas y más vueltas sin poder dormir, sobre el suelo. Cogió su smarthphone de la mesilla de noche alargando la mano y vio la hora en el; “5:18”, y él seguía allí, sin poder dormir, dando vueltas sobre el parqué y compartiendo aquella habitación de hotel con una botella que ya comenzaba a acabarse.

 

 

            Dániel se incorporó levemente en la cama que había montado sobre el parqué, únicamente dotada de una almohada, y apoyó la espalda contra la mesilla de noche. En el hilo musical del hotel sonaba “Tocado y hundido” de Melendi, en Cadena Dial, muy apropiado, pensó.

            Finalmente se había quedado dormido,  pero a pesar de ello se sentía destrozado y cansado, como si le hubieran dado una paliza. Tenía la boca reseca al igual que la garganta. La cabeza le daba vueltas, y la luz del amanecer que penetraba por la persiana abierta, desde la ventana situada al otro lado del cuarto, y atravesaba las cortinas de aquella habitación de hotel, le golpeaba en los ojos como el flash de una cámara de fotos, haciéndole derramar una lagrima por cada ojo irritado. En el suelo, yacía inerte y consumida aquella botella de anisado y amargo sabor. Buscó a tientas en la mesilla su smarthphone para mirar la hora; “9:13”.

            Se incorporó pausadamente e intentó ponerse de pie, para ello, se apoyó en la cama. Una vez de pie, notó como todo le daba vueltas. Se sentó cuidadosamente en el borde de la cama llevado por el mareo y se llevó las manos a la cabeza, quedándose en aquella posición un momento, con los ojos cerrados y protegidos de la luz entre sus propias manos.

            Dániel decidió hacer un esfuerzo y dirigirse al baño a darse una ducha. Entró en el baño, y sin cerrar la puerta se dirigió a la bañera, para encender el agua caliente girando el grifo y un poco, el de agua fría. Se desnudó monótonamente y se metió en la bañera. El teléfono de la ducha estaba colocado en lo alto, y se colocó bajo el, apoyando la cabeza contra la pared de azulejos blancos que cubrían todo el baño. El golpe de las gotas de agua contra su cuerpo le dolía sutilmente.