“Una furtiva lagrima”

www.youtube.com/watch?v=jbmgFX2IM8E

Dedicatoría:

Este texto tiene una dedicatoría doble, por un lado al café De catro a catro, por ser uno de mis lugares de inspiración y porque este texto surgió de la canción que sonaba en su hilo musical, de lo cual os dejo el link sobre estas lineas. Así que gracias. Por otro; a la señorita Lucy, por acompañarme esos domingos y por sin venir a cuento  junto con la rola que sonaba en el De catro a catro, inspirarme.

La falta de razones era una de las causas que lo habían llevado hasta aquel extremo. Aquel callejón de una única dirección y una única salida.

               Entró en su apartamento tras meter la llave en la cerradura y hacer lo propio. Después de cerrar la puerta tras de sí, se acercó al viejo tocadiscos y lo prendió, colocando la aguja en medio de aquel disco negro que comenzó a sonar. La voz melancólica y perfectamente afinada de Luciano Pavarotti inundó el apartamento, cantando Una furtiva lagrima.

               Con paso triste y decidido se acercó a la cocina para tras hacer un poco de ruido de abrir y cerrar de armarios, regresar al salón con un vaso de cristal y una botella mediada de Jack Daniels, que pasó, tras ser abierta, a llenar dos tercios del vaso que descansaba sobre la mesa de madera barnizada. Miró por aquel ventanal a sus espaldas, por el cual entraba la luz nocturna de la calle que incidía sobre el color ámbar del whisky, resaltándolo. Por el ventanal, a lo lejos, se podía ver la dama de Paris. Desnuda, en medio de la noche, iluminando su piel de hierro por la luz de la llena luna, apuntando al cielo.

               Prendió un cigarrillo con un viejo mechero zippo que llevaba en el bolsillo del pantalón y tras darle una calada leve, lo depositó en el cenicero de cristal que yacía sobre la mesa, el cual ya era una fosa común de colillas muertas.

               Se acercó al armario que quedaba a su espalda, bajo el ventanal de cristal  y rebusco en sus cajones, para volver a girarse y regresar con tres pasos pesados a la mesa.  Bebió un sorbo largo de whisky para seguidamente darle una nueva y sentida calada a su cigarrillo y colocar sobre la mesa aquel viejo revolver cargado, que había extraído del armario. Inspiró profundamente el humo, para depositar nuevamente el cigarrillo en aquel cementerio de cenizas anónimas.

               La voz melancólica del disco le proporcionaba mayor determinación. Tomó el revólver y se lo llevó a la sien, sin miramientos y con determinación apretó el gatillo en el éxtasis de la canción.

               La luz de la noche intentaba penetrar en la habitación, atravesando la sangre que había empañado los cristales del ventanal, mientras la silenciosa mirada de la torre Eiffel y de la luna eran testigos de aquel acto, y la voz de Luciano iba apagándose….