La lluvia... (I)

La lluvia golpeaba el cristal de la ventana, empujada por la ira del viento que soplaba con vehemencia…(I)

Paris  salió de la ducha envuelto en una nube de vapor, se enroscó la toalla a la cintura y comenzó a secarse el pelo negro que goteaba por su cuerpo con otra. Seguidamente se secó el cuerpo y se vistió. Finalmente mirándose en el espejo, encendió el secador y lo paso por el pelo, secándoselo completamente y moldeándolo a modo de una ligera cresta. Una vez aseado y vestido salió del baño y fue a su habitación. La lluvia no dejaba de sacudir la ventana, amenazando a todo aquel que decidiera salir de casa con una mojadura más que segura.

Eran las cuatro y media de la tarde, como pudo comprobar Paris en la pantalla de su smarthphone, mientras cargando conectado a la corriente. Lo desenchufó y cogió su abrigo oscuro y una bufanda color mostaza, que se colocó colgando del cuello. Comprobó que la cartera y las llaves estuvieran dentro de los bolsillos y salió por la puerta de casa armándose con un paraguas negro para combatir la lluvia que caía con furia desde todos los ángulos posibles que el viento lanzaba.

Mientras sus pies lo conducían enfundados en sus botas marrones por las calles, la lluvia intentaba derribarlo como balas a un soldado. Abalanzándose sobre él sin tregua, acompañadas por un viento iracundo que soplaba sin dirección fija. Paris cruzó el paso de peatones al oír el pitido del mismo, refugiado en su paraguas como un guerrero tras su escudo. Siguió caminando unos minutos hasta llegar al local que buscaba. Entró cerrando el paraguas y dejándolo en el paragüero ya colapsado por el resto de paraguas de los clientes que allí se habían refugiado, al calor de las estufas entre el embriagador olor del café y el chocolate con churros cálido.

-Buenos tardes, por decir algo.-Apuntó tras la barra una chica de apenas veinte años que había estudiado con él en el instituto hacía ya tres años.- Aquí tienes.-Indicó entregándole una bolsa de papel donde estaba el pedido que había hecho, antes de entrar en la ducha, por teléfono.

-Jajaja, gracias Lucia. Cóbrame por favor.-Pidió Paris entregándole un billete de cinco euros.-Y deja así. Ciao.-Señalo despidiéndose.

-Gracias a ti. Chao. Paris.

               Paris regreso a la batalla con la lluvia en medio de la calle, armándose nuevamente con su paraguas, pero esta vez protegiendo contra su pecho aquella bolsa de papel marrón de la violenta lluvia. Siguió caminando por entre las calles de la ciudad, esquivando la lluvia al igual que los demás transeúntes como si fueran balas de cañón, hasta llegar  a un soportal. Cerró el paraguas, el cual comenzó a gotear en el suelo un charco, y sus dedos buscaron ciegamente el botón del telefonillo.

-¿Si? ¿Quién es?

-Soy yo.-Declaró Paris, y la puerta se dispuso a abrirse ante su golpe con la espalda. Era increíble como toda la gente habría siempre ante aquella frase; “Soy yo”.

               Paris subió por las escaleras hasta llegar a la puerta marrón que le esperaba entreabierta, y entró saludando.

-¿Hola?-Como respuesta obtuvo un beso cálido y apasionado. De esos que tanto le gustaban. En los que Alice se ponía de puntillas, y los ojos de ambos se les cerraban para congelar el tiempo.

-Oli, Amor.-Saludó ella cerrando la puerta y volviéndole a besar, pero esta vez, de una manera más fugaz.

               Paris dejó el paraguas, aun pingando, en el paragüero junto a la puerta, y siguió a Alice hasta el comedor, para sentarse en el sofá. Donde pudo comprobar que ella había pasado un buen rato, acurrucada bajo una manta de invierno, con la persiana medio bajada y la tele prendida.

-¿Qué es eso, Amor?

-Pues…cianuro potásico encubierto.-Respondió Paris abriendo los ojos como los de un demente.

-¡Idiota!

-Jajaja. A ver, como hace un tiempo tan…tan…maravilloso jaja pensé que en lugar de ir a dar una vuelta, pues podríamos…acurrucarnos, ver una peli bajo una mantita y tomarnos un chocolate con churros.

-¡Oh! Me encanta. Planazo, Amor.

-Es que cuando pienso, soy la leche.-Se jactó sacando el contenido de la bolsa y colocándolo sobre la mesa. Dos tazas de papel cerradas con una taba, que disponían de una abertura por la cual salía humo que inundaba el ambiente con un fuerte olor a chocolate caliente y un pequeño recipiente con una docena de churros…